EL MITO DE LA SOLUCIÓN
Bertrand de Jouvenel
Corrientemente decimos “se trata de un problema
político”, pasamos a buscar una “solución” del mismo, y nos quejamos de no
haber dado con ella. Este es un modo de hablar tan bien establecido que no puede
ser cambiado, ni evitado, pero cuyo carácter desorientador debería ser
comprendido.
La palabra “problema” está llena de recuerdos de
nuestra niñez estudiosa, cuando el profesor nos proponía problemas. Concentrábamos
nuestra atención para lograr entender los términos del problema, y a
continuación nos inclinábamos sobre los pupitres esforzándonos por hallar la
solución. […] Y si la solución a la que habíamos llegado era diferente de la
del profesor, no se nos pasaba por la imaginación mantener contra viento y
marea nuestra solución. […] Percibíamos ahora que esa solución, y sólo esa, satisfacía
los términos del problema. […]
La suposición de que los problemas políticos son de
la misma clase que los que nos ponen en el aula, o los que ejercitan las mentes
de los geómetras, es optimista en cuanto implica que existe una respuesta
correcta para cada uno de estos problemas. […]
Evidentemente estos “problemas”
son insolubles. No se trata de un fracaso en el hallazgo de la solución: esta
no existe. Cabe considerar los términos de un problema de aula como demandas
que cabe satisfacer totalmente por medio de la respuesta correcta. En el caso
de los problemas políticos, los términos del problema se contradicen: no existe
respuesta que pueda satisfacerlos en su totalidad, no existe solución en el
sentido propio de la palabra. […]Lo que caracteriza precisamente a un problema
político es que sus términos no admiten “solución” alguna, tal y como han sido
planteados. […] Lo que constituye un problema político es la contradicción de
términos, esto es, su insolubilidad. […]
Lo que
caracteriza a un problema político es que ninguna respuesta conviene a los
términos del problema, tal y como han sido planteados. Un problema político no
puede ser resuelto: solamente puede ser susceptible de un arreglo, lo cual
constituye una cosa totalmente distinta. Entendemos aquí por arreglo cualquier
decisión, a la que se llega a través de unos medios cualesquiera, sobre la
cuestión que ha suscitado el problema político. Mientras que la solución
satisface por definición, todos los términos del problema, el arreglo no
alcanza ese resultado. Esto es así por cuanto no hay posibilidad, como sucede
con la quiebra, de satisfacer todas las demandas en su totalidad. O bien habrá
que rechazar ciertas demandas, o bien habrá que acceder a todas aun cuando sin
satisfacerlas plenamente. […]El mejor arreglo, alcanzado por medio de un
compromiso, no generará, por consiguiente, esa sensación de placer que acompaña
a la solución de un problema.
El mito de
la solución entorpece nuestra comprensión de la Política, la cual aparece ante
nuestros ojos con más claridad por el reconocimiento de que solo cabe alcanzar
arreglos, los cuales son esencialmente precarios. Una solución no crea
enemigos, ni exige defensores: cosa que no sucede en el supuesto de un arreglo,
cuya permanencia no puede darse por supuesta, y cuyas probabilidades de
supervivencia dependen de las fuerzas vivas que trabajen en apoyo del mismo. […]